Tierra fértil y valle eran lo último que José vería antes de partir. Al amanecer tomó sus pocas pertenencias y fue transportado a su nuevo trabajo, una mina que había sido inaugurada recientemente en su ciudad natal, Copiapó, con la promesa de enriquecer a los pobres e ignorantes jóvenes como él, que seguían soñando con alguna vez ser latifundistas.
Al llegar, José rápidamente se colocó la indumentaria de minero, que solo incluía un casco protector de baja calidad. De manera casi automática comenzó a picar el mineral junto a los demás trabajadores, olvidando sus necesidades básicas para solo centrarse en su labor. Después de doce largas horas de trabajo se vieron por fin libres de tal explotación. José, exhausto por su primer día de empleo, fue guiado junto a un supervisor al lugar donde dormían todos sus colegas. Caminaron unos cuantos metros lejos de la mina hasta llegar a un campamento poco confortable y lúgubre. Una vez dentro, el ambiente agotador se hizo palpable, obreros cansados y melancólicos encontrando un escape en pasar un par de horas en compañía de sus compañeros. José se acostó en el lugar más cercano que vio, preparándose para descansar, trataba de ignorar las conversaciones ajenas y concentrarse en dormir, hasta que una palabra en específico lo obligó a escuchar más de cerca, al mirar, un hombre que se veía viejo y desaliñado hablaba con seguridad sobre una revuelta.
―No podemo’ trabajar más de doce horas al día, si hasta pa’ mí que llevo años en esta cuestión, lo encuentro inhumano, algo hay que hacer, si en Vallenar igual andan planeando una revuelta, pa’ que los jefes escuchen un poco de nuestras necesidades―.
El silencio inundó el campamento por unos minutos hasta que un minero contestó.
―Mire don Estanislao, nosotro’ somo’ trabajadores noma’, no estamo’ na’ en una situación privilegia’ como pa’ quejarno’, agradezca que nos dan trabajo y sueldo―.
―Ese es el problema de ustedes, siempre le dan el gusto a los de arriba―.
Los demás mineros comenzaron a contraatacar ―No hemos dicho na’, no nos venga a meter al cuento, que no queremo’ tener problema con los dueños―.
—Ustedes siempre se quedan callados cuando pasan estas cosas, son parte del problema, ¿Y qué? ¿Creen que es buen sueldo un par de fichas por doce horas de trabajo? Son harto tontos ustedes. Como dije, en Vallenar se está armando una revolución, si me apañan, podemo’ lograr una acá también, recuerden que la situación del país ta’ mala, si hasta le quieren hacer un golpe de Estado al presidente, dema’ que podemo’ meterno’ al baile también.
Los mineros se miraron extrañados, hasta que Luis, el más cercano a don Estanislao, habló ―Oiga, a uste’ le tengo harto respeto, pero tengo que decirle que está harto viejo como pa’ seguir creyendo en estas tonteras. Va tirando pa los ochenta, ya. ¿Cuántas revueltas no ha visto uste’?, y todas han salido mal.
Ademá’ voy a hablar por todos, no queremo’ ser acusados de comunistas, mejor vámono’ a dormir, y no hablemo’ más del tema―.
La conversación finalizó, Estanislao se dio la vuelta y vio a José escuchando y lo miró a los ojos. ―Vo eri’ nuevito acá, con suerte tienes dieciocho años, aún no estai acostumbrado a las cosas como uno, cuídate cabrito―.
José no consideró necesario responder, solo observó cómo el hombre se alejaba lentamente. Después de pasar la primera mitad de la noche reflexionando, pensó que quizá podía ser factible una revuelta entre obreros, una idea que le engendraba terror, quizá por lo que había escuchado de pequeño, era verdad lo que había dicho Luis, todas las manifestaciones habían acabado en tragedias, esto no solo se remitía a Chile, en el viejo mundo el caso era el mismo, aun así, José se preguntaba ¿Qué pasaría si esta vez se concreta con éxito? Serían un ejemplo para los demás obreros, saldrían en los periódicos como un triunfo. Inocentemente sonrió y decidió que mañana hablaría con Estanislao.
El nuevo día se le hizo corto a pesar del arduo trabajo que realizó, tal vez porque esa noche hablaría con su compañero sobre lo que escuchó ayer, sin esperar más, al llegar al campamento le dijo. ―Yo sí creo en una revuelta―.
Al instante se escucharon risas provenientes de la otra esquina mientras un minero interrumpía a José―. Todos cuando somos jóvenes tenemo’ ese sentimiento revolucionario’ pronto se te va a pasar, hijo―.
Estanislao, tratando de ignorar las risas, dijo sonriendo ―Esto es lo que necesitamo’, mentes jóvenes que se cuestionen las cosas, no como ustedes conformistas―.
Las pocas horas que tenían de descanso pasaban rápidamente, hablando de cómo podían conectarse con Vallenar y convencer a más obreros de entrar a la revuelta. Ocasionalmente, Luis se unió a la conversación, siempre insistiendo en no participar en aquellas estupideces que para él solo traían masacre. En el interior disfrutaba ver a sus amigos soñar, ya que sabía que les entregaba paz y algo de esperanza en aquel frívolo y triste ambiente.
En los primeros días de diciembre, José y Estanislao ya tenían listos los preparativos para el ataque. ―Se acerca el veinticinco, ese día podemo’ ir a saquear el batallón La Esmeralda, sacamo’ unas armas y estamo’ listos. Además, solo hay un carabinero haciendo de guardia. Noma’ tenemo’ que reunir a los mineros de acá que son medio tercos, los otros obreros apañan al tiro.
A vísperas de Navidad, José abandonó su inmadurez característica de la adolescencia y se forzó a tomar por primera vez un carácter más duro, tratando de aparentar sabiduría y habló con los mineros tal como haría Estanislao. ―Hace meses que estamos organizando esto junto a otros grupos, vamo’ a ir a robar armas al regimiento, quien quiera ir con nosotros, lo vamos a estar esperando afuera de la misa del gallo justo cuando termine―.
Ambos hombres fueron rápidamente a colocarse atrás de la iglesia hasta que se les acercó Luis, Estanislao, alegre, lo miró y dijo ―Sabía que eras buen amigo y nos ibas a ayudar―.
La respuesta de Luis fue inesperada ―No vengo a eso, nunca pensé que ustedes estaban tan seguros de andar coordinando revueltas, se las dan de nuevos mesías, sean realistas, tienen mucho que perder. ¿De verda’ creen que esto va a funcionar? Estanislao, tienes tiempo pa’ arrepentirte antes de meter a este pobre cabro en cuestiones que no debió conocer, míralo e’ un perico noma―.
―Si viniste a reírte, vete, que no necesitamo’ esos ánimos acá. ¿Qué si tenemo’ algo que perder? No tenemo’ ni casa, ni familia, solo vivimos pa ser peones de este sistema, por tontos útiles como tú es que seguimos recibiendo malos tratos. Nosotros nos vamos ahora, no requerimos na’ tu ayuda―.
―Bueno, chao, solo vine pa’ decirles feliz Navidad, ¿Si van a estar así pa’ que po?―.
Luis comenzó a caminar en sentido contrario, cuando ya estaba un poco alejado, se dio la vuelta para ver a sus compañeros, no estaban, lo que significaba que ya habían partido.
Ambos mineros se reunieron con otros grupos de trabajadores e irrumpieron en el regimiento, amarrando al único cabo que se encontraba ahí dentro. Las armas fueron robadas, pero antes de que lograran encontrarse con los demás obreros, entró un grupo de carabineros que no temía disparar contra el proletariado. José nunca había utilizado un arma en su vida, era la primera vez que tenía una en las manos, manejado por los nervios, trató de apuntarle a uno de los policías, fallando miserablemente.
Uno por uno fueron fusilados los obreros con tiros en la cabeza, asegurando una muerte instantánea, hasta que solo quedaban con vida Estanislao y José, ambos atados para que no pudieran escapar. El mayor de ambos veía cómo el carabinero le apuntaba a su amigo y comenzó a decir desesperado ―Tú también eres trabajador, no creas que matando a los del pueblo vas a lograr ser uno de ellos, mientras tú sigues órdenes como perro, ellos se llenan los bolsillos de plata. Míralo, es solo un joven, acaba de cumplir los 18, podría ser tu hijo, déjalo vivir a él, yo ya tuve mi ciclo―.
—Mi hijo tendría sentido común antes de meterse a estas cuestiones estúpidas, jugando a ser revolucionario. ¿Cuándo han visto que los obreros triunfan? Nunca, par de soñadores―.
Le dispararon a José en la cabeza, muriendo rápidamente, Estanislao, consumido en la desesperación, se sintió responsable de la muerte de su amigo, aquel sentimiento de arrepentimiento no duró mucho, al instante fue fusilado, siendo depositado en la pila de muertos que se encontraba en el lugar.
A las afueras del regimiento, la clase alta copiapina celebra el nacimiento de Jesús ajena al reciente intento de golpe de Estado hacia el presidente Juan Esteban Montero, no fue así para Luis, quien nunca más volvió a escuchar de sus amigos en ningún lugar. En la mina no se hablaba de ellos, el periódico no mencionó nada, a pesar de eso, sabía lo que les había ocurrido. A veces, en sus sueños los esperaba atrás de la iglesia, esta vez no se reía de ellos y vencía su miedo a las represalias siguiéndolos con valentía, ahora solo podía lamentarse, aprovechando cada instancia de soledad para llorar por sus dos amigos que para el gobierno y la sociedad nunca habían existido.
Votación popular
Si este es uno de tus relatos favoritos, puedes apoyarlo en la votación popular de Historias de Copiapó 2025. Entre todas las personas que voten se sortearán dos gift card de $20.000, con entrega presencial el 6 de diciembre.
Puedes votar sólo una vez, con tu correo electrónico.
