Relatos seleccionados · Convocatoria 2025

No olvides

No olvides

Calles polvosas, cerros cafés y personas curiosas. Vivir en Copiapó se siente como una experiencia única pero siempre inentendida. Todos los días, al pasar por el centro, tan árido como pequeño, puedo observar más perros callejeros que árboles, más frustraciones que alegrías. Para muchos, un pueblo olvidado, para mí, uno de los lugares más significativos del país, que aún no se ha reconocido como debería pero, ¿cómo yo, una simple alma errante, podría hacerle entender a los demás a valorar la historia ya olvidada si nadie desea escuchar?

Siempre por las noches, recorro la ciudad, tan solitaria, pero aún así, con cierto encanto. Recorro la Alameda en su avenida principal “Manuel Antonio Matta”, me detengo a observar sus lugares, la “Cripta a los Héroes de Atacama”, sin duda, mi favorita, al admirarla me gusta imaginarme cómo estos valientes hombres entregaron su vida por su amada patria que actualmente, a veces, se es menospreciada.

Sigo recorriendo y observando a las escasas personas que deambulan por estas horas, intento llamar su atención, distraer sus vistas de esos molestos aparatos para que puedan observar su historia y no cegarse de esta. Pero mientras pienso todo eso, diviso a un pequeño niño que me observa, él me pregunta con inocente voz, propia de su tierna edad:

–¿Por qué te observo casi transparente?

En ese momento me helé, pero mi sorpresa aumentó cuando, sin decirme más nada, me abrazó y al fin, en años, pude volver a sentir la calidez de un abrazo. Pensé en contestar, en hablar, en gritar, en llorar y sin darme cuenta, escapé. Solo corrí dejándolo solo en la oscuridad de esta noche fantasmal.

Y mientras caminaba por la calle Atacama, escuchando más el silencio que mis propios pasos (a pesar de ser una de las calles más transitadas), seguí con muchas preguntas en mi cabeza: ¿Cómo ese niño pudo verme? ¿Cuántas personas y durante cuánto tiempo me han ignorado y pasado por el lado? ¿Será que él logró verme porque posee algún poder o solo decidió no ignorarme?

Y así seguí mi camino, pensando en tanto, que no me percaté que ya había llegado a la Plaza de Armas, donde decidí detenerme. Me senté en la banca de siempre que da hacia la imponente catedral, reflexioné nuevamente en todo lo ocurrido, hasta que caí en un sueño profundo que no duró mucho, porque inmediatamente después, los sonidos de los autos al pasar, y los perros a su vez ladrándoles a estos, a las motos y a las bicicletas, me alertaron de que debía despertar.

Siempre me ha resultado tan curioso lo peculiar que puede llegar a ser Copiapó y lo distinto que es cuando el sol comienza a iluminarnos. Así las calles comienzan a llenarse de vendedores ambulantes y niños, religiosos predicando y ancianos conversando, jóvenes riendo y unos que otros escolares juntándose antes de clases, es tan diverso como humorístico.

Asimismo, puedo escuchar tantos acentos como experiencias distintas, pero todos unidos por un mismo sentir, un mismo desconsuelo, que aunque silencioso, es compartido: ¿cómo poder sentirse visto en una ciudad que ni siquiera es apreciada por nuestros propios compatriotas? ¿Cómo pudo quedar en el olvido una ciudad que ha sido tan importante en la construcción de nuestra historia?

Quizá amargarse no sirve de nada, pensé, y solo quise ignorar… Y casi, como si pensar en eso hubiese sido un gran golpe de realidad, recordé a ese pequeño y sentí el impulso de regresar y preguntarle qué hacía él tan solo, pero en realidad, ya es bastante tarde, y creo también que me he vuelto cada vez más egoísta e indiferente con mi entorno, quizá porque eso aprendí aquí: observando a todas esas personas que alguna vez pasaron por mi lado y solo bajaron sus cabezas pensando en que alguien más debería ayudarme.

Y así mismo, me terminé acostumbrando a esto, viviendo toda mi vida aquí y siendo el único lugar que conozco, de hecho no he viajado nunca y hasta la fecha, sigo recordando con exactitud dónde yacen los lugares más emblemáticos, así el “Bavaria”, lugar que solía visitar en mi juventud, pero que hoy no queda ni rastro.

Con añoranza, desearía que todo volviera a ser como era antes, pero pareciera que nadie más entiende o se olvidaron de que recordando el pasado es la única forma de valorar y cuidar el presente, que lamentablemente no hemos hecho, lo cual se refleja en esta olvidada ciudad que, al igual que yo, necesita que alguien la abrace, la observe y aprenda a valorarla, para ya no parecer un fantasma.


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