Relatos seleccionados · Convocatoria 2025

Hasta la última estrella

Hasta la última estrella

1 de febrero de 1879

Se encontraron, como mera coincidencia, en el que era para ambos su lugar favorito. Bajo el oscuro cielo, iluminado solo por las brillantes estrellas, se encontraban ellos dos; lo que empezó como una amistad inocente con el tiempo se transformó en amor. Bajo el cielo anochecido, pintado solo por relucientes estrellas, triste él porque sabía algo que ella no, miraba sus brillantes ojos y caía en cuenta que no había estrella más reluciente. Inocentemente ella pregunta por el preocupado rostro de su amado.

– ¿Qué pasa querido? – preguntó angustiada.

– Es algo que nos distanciará profundamente y no podemos hacer nada para evitarlo…

– ¿Qué es…?

– La guerra se acerca, mi vida. Lo presiento, y yo… yo me veré obligado a ser un simple soldado para ellos. Pasaré días lejos, y no sé si vuelva a verte de nuevo.

Ella no dijo nada por un buen momento, hasta que logró soltar vagas palabras.

– Son lindas las estrellas, ¿no? – preguntó sollozando.

– Brillan por envidia hacia tus hermosos ojos, querida – dijo para intentar calmarla.

– Mis ojos brillan por ti. Si tú no estás, dejarán de brillar… para siempre – dijo en un tono amenazante.

– Cariño, no te preocupes. Yo he de volver si estalla la guerra; sin embargo, si es que no vuelvo, te observaré desde las estrellas, envidiando el brillo de tus ojos. Cada día, por ti, mi vida, seré la estrella más brillante de la noche, reluciendo tanto como aquellos ojos que envidio. Brillaré hasta la última estrella… te lo prometo, querida mía.

– ¿Volverás? ¿Serás capaz de cumplir la promesa que tanto describes? – preguntó ansiosa.

– No lo sé, querida. Bolivia ordenó rematar los bienes de una empresa chilena en Antofagasta, violando un tratado; pronto ha de desatarse una guerra.

Marú, en lágrimas, no logró decir nada más. No quería preocupar a su amado, por lo que le dio la espalda y lloró en silencio durante un rato. Tras ese largo rato, él no halló nada que decir y decidió besarla. Entre lágrimas, el brillo de la noche y su profundo beso encontró las únicas palabras que necesitaba y debía decirle.

– Te amo, con todo mi ser y mi alma. Prometo, mi amor, que si no llego a volver, yo seré la estrella más reluciente en el cielo, y esa estrella pertenecerá a la dueña de mis sentimientos más profundos: tú.

Ella no dijo nada; parecía que el beso la había dejado más choqueada que las palabras que relataban que sería la futura dueña de una estrella. Tras unos minutos logró hablar.

– ¿Sabes…? He esperado ese beso desde que teníamos 15 años, y me lo das… ¿me das el beso sabiendo que posiblemente será el primero y el último? ¿Esperaste tener que irte para poder hacerlo?

– Nunca pensé que llegaría el día en que debería cumplir deber hacia mi patria y dejarte a ti sola, querida – hizo una breve pausa, secó sus lágrimas y prosiguió –. Te amo más que a nada, mi amor, más que a mi vida, pero no dejaré que por quedarme aquí y no ir a la guerra que nos espera, deshonre mi nombre y el de la persona que me ama.

– Entiendo. Sabes, es muy duro de aceptar para mí, pero es tu decisión y tu reputación. Cuando vuelvas tendrás que venir vestido en medallas por todo el esfuerzo hacia tu nación, ¿entiendes?

– Entiendo. ¿Sabes que mi corazón es tuyo, cierto?

– Sí…

12 de febrero de 1879

La tarde del presente día, a las 18:30 horas, él debía emprender camino hacia Caldera, para lograr abordar la Fragata de Cochrane. No se fue sin antes despedirse de su Marú.

– Volveré, querida mía, y si no lo hago, mi promesa sigue en pie – dijo él orgulloso.

– Calla, volverás. No digas incoherencias.

– Te amo, vida mía. Cuídate mucho – dijo manteniendo la compostura para no soltar lágrimas.

– Tú cuídate más, querido mío. Volverás a mis brazos, promételo – dijo en lágrimas.

No dijo nada, pues no sabía si realmente volvería a verla. Cruzó los dedos en su espalda y dijo:

– Lo prometo.

Él la besó en la frente y emprendió su curso.

13 de febrero de 1879

Él había llegado a Caldera a las 17:00 aproximadamente, solo para emprender viaje a Antofagasta en la embarcación que se dirigía hacia el combate que se hacía próximo. Se mantuvo confiado, a pesar de tener mucho miedo. Pensaba: “Es normal”; se estaría enfrentando a algo que no conocía, y no sabía cuánto tiempo podría permanecer lejos de su amada.

14 de febrero de 1879

La guerra ya había empezado, y ella aún no sabía nada de la guerra ni sobre él. “Es normal”, pensó Marú. Dijo para sí misma:

– Si el conflicto empezó, deberá ser difícil que envíe una carta.

Mantuvo la calma y siguió merendando.

15 de febrero de 1879

Se esparcía la noticia: “¡Estamos en guerra!”. Ella mantenía la calma, pero se quebraba por dentro. ¿Estaría él bien? ¿Volvería? ¿Por qué sus manos al despedirse estaban en su espalda? ¿Escondería algo?

Meditó por un buen momento y por fin cayó en cuenta…

22 de febrero de 1879

Había pasado una semana desde el “Gran anuncio”. Marú se sentía bastante triste y mal por su descubrimiento. Esperaba que no fuera verdad o que de algún modo estuviera perdiendo la razón.

23 de marzo de 1879

Aún no sabía nada de él. Algo esa mañana la hizo sentir especialmente inquieta y nerviosa. Sin saber qué era, emprendió camino hacia su lugar favorito.

Al llegar se percató de algo que la hizo decaerse: el cielo estaba nublado y no se podía ver absolutamente nada.

– Regresaré mañana – dijo esperanzada.

24 de marzo de 1879

Ya de noche, lloró sin cesar. Él ya no estaba físicamente, pero se había vuelto la estrella que prometió: la más brillante en el cielo, tal como había prometido. Volvió a casa deprimida sin más que lágrimas de sobra.

15 de abril de 1879

Alguien llama a la puerta de Marú. Sin ganas, abre la puerta. Sorprendida, ve a un militar quien le entrega las pertenencias de él. Aguardo un poco y le dijo a la triste Marú:

– ¿Era su pareja?

– Sí…

– Debió amarla mucho. Su único propósito para pelear era su pareja. No había día que no me lo mencionara. Él salvó mi vida. Mis más sinceras condolencias, señorita – dijo, le entregó las pertenencias y se marchó.

En lágrimas abrió la caja: había una carta, su uniforme, su arma, una fotografía de él y un relicario con una foto de ella.

Abrió la carta y leyó:

“Querida y amada mía, Marú:
Si lees esto, ya sabrás que soy la estrella más brillante en el cielo. Lamento haberte mentido; no volveré, y ya lo sabes. Es mi culpa.
Amor mío, he dejado todas mis pertenencias a tu nombre: mi dinero, la casa y un seguro. No es suficiente; sé que estas cosas no te importan, puesto que ya no volveré más. La estrella más brillante es tuya, puesto que nadie la reclamará nunca.
Desde ahora que soy una estrella, el cielo será más brillante. Todas las estrellas estarán bajo mis órdenes y brillarán mientras yo te ame. Lo harán solo cuando tú vayas al oscuro desierto de Atacama, nuestro lugar favorito.
Te amo más que a nada, espero nunca lo olvides.
Tu amado, Sirio.”

Marú, sin palabras, fue hacia su lugar favorito. Deprimida, permaneció ahí hasta la noche. Lloraba y lloraba hasta que se quedó sin lágrimas. Triste y sin un propósito, y sin su amado Sirio que la mantuviera en pie, se deja morir.

Sirio, desde el oscuro cielo, llora. Sus lágrimas, llenas de amor y ahora pena profunda, hacen florecer el suelo del desierto atacameño con las más bellas flores. Ella permanece en el suelo, y cuando él la extraña, llora; ella, para dejarse ver, florece siempre que él la extraña.


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