Relatos seleccionados · Convocatoria 2025

El Pueblo

El Pueblo

San Fernando siempre ha sido el lugar donde todo se conecta: el campo, la gente y la historia de mi familia. Es el pueblo donde crecieron mis tíos, y aunque con los años ha cambiado, todavía conserva ese aire rural que lo hace especial. Acá la vida es tranquila, pero no aburrida; más bien tiene su propio ritmo, ese que marcan los gallos en la mañana, el sonido de los caballos al pasar y el saludo constante de los vecinos que te conocen desde siempre.

Mis tatas siempre me contaban cómo era antes San Fernando. Que las calles eran casi puras de tierra, y que los terrenos alrededor estaban llenos de siembras: lechugas, zapallos, porotos, acelgas y tomates. Cada familia tenía su pedacito de campo, y entre todos se ayudaban a regar, cosechar o vender lo que sobraba. Ellos vivían de eso, y aunque trabajaban duro, lo hacían con cariño. Hoy quedan menos terrenos cultivados, pero todavía hay huertos y corrales que se resisten a desaparecer.

Yo estudio acá mismo, y me gusta mucho. El ambiente es distinto al de otras partes de Copiapó, mientras estoy en clases, se escuchan los caballos pasar, o los camiones que van a los cultivos. A veces se oye el canto de las gallinas o el ladrido de los perros que corretean por las calles. Puede parecer una distracción, pero a mí me gusta. Me recuerda que, aunque esté estudiando, sigo rodeada de esta naturaleza tan linda y tranquila.

El colegio queda al lado de donde viven mis tatas. Cada vez que camino por aquí, me acuerdo de mi familia materna, trabajando con este gran sol atacameño, sacando las verduras de la tierra o cuidando a los animales. Me da una sensación rara, como si el pasado y el presente se mezclaran un poco. Para el aluvión, todos se ayudaban, todos eran una gran familia. Se apoyaron y cuidaron lo que más pudieron entre todos.

Me gusta ese ambiente, y me encanta saber que yo también pertenezco a él. San Fernando no es grande, pero tiene todo lo necesario. Hay hartos negocios de familias que desde que tengo memoria existen, un WhatsApp donde todos los vecinos conversan y muchos callejones donde todos se conocen. Si vas al negocio, seguro te saludan por tu nombre o te preguntan por tus papás. A veces puede ser chistoso, porque cualquier cosa que hagas se sabe, pero también es bonito sentirse parte de una comunidad donde nadie es un desconocido completamente.

En las tardes, después de clases, me gusta caminar por aquí. Me voy por los caminos que bordean los terrenos cultivados, donde todavía se ven vacas pastando o caballos descansando al lado de las cercas. El aire huele a pasto y a tierra, y se escucha el agua correr por las acequias. En esos momentos, me doy cuenta de lo distinto que es crecer en un lugar así, donde todavía hay espacio para respirar y mirar lejos.

Me gusta que acá todo es natural, abunda el pan amasado, el queso de cabra, la leche de burra y los helados en bolsa. Las cosas así se disfrutan mucho más, compartiéndolas con mis primos en la casa de mis tatas mientras hablamos con ellos.

Claro que San Fernando también tiene sus cosas difíciles. No todo queda tan cerca y no pasan tantas micros por acá. Pero opino que vale la pena estar por acá. Si alguien necesita algo, siempre hay un vecino dispuesto a ayudarte.

Yo me siento afortunada de estudiar aquí. No tengo que soportar el ruido de los autos ni los empujones de la ciudad. En cambio, mi día empieza con el paso de los caballos y termina con el sonido del viento entre los árboles. Puede parecer simple, pero tiene su encanto.

Cuando mis tatas me contaban sus historias, a veces pensaba que exageraban un poco. Pero ahora que vivo parte de eso, entiendo por qué hablaban con tanto cariño de San Fernando. No es un lugar perfecto, pero tiene personalidad.

Es un pueblo que crece lento, donde todavía se puede caminar sin apuro y donde la gente se sigue mirando a los ojos cuando conversa.

Quizás algún día me toque irme a estudiar a otro lugar, más grande o con más movimiento. Pero sé que siempre voy a volver. Porque aquí están mis raíces, las huellas de mis tatas y los sonidos que me acompañan desde chica. San Fernando no solo es el pueblo donde ellos crecieron; también es el lugar donde yo estoy construyendo mi propio camino, entre el olor a pasto, las risas del colegio y los caballos que siguen pasando frente a mi ventana.


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