Copiapó, donde nace la historia de Chile. En este lugar hasta el calor se siente distinto. No quema, abraza. El sol cae sobre las casas de adobe, sobre los inmensos cerros que rodean el valle, sobre las calles donde el polvo y la memoria se mezclan con plenitud. En Copiapó, todo parece tener raíces antiguas: las piedras, los pimientos, la gente que todavía saluda por la calle, aunque no te conozca.
Desde siempre, esta tierra ha sido punto de partida. Aquí Diego de Almagro y sus 240 soldados personificaron la resistencia misma. Aquí los libertadores izaron por primera vez la bandera de Chile libre, antes que en cualquier otra parte. Aquí corrió el primer tren del país, uniendo la mina con el puerto y haciendo que el desierto vibrara con una intensidad nunca conocida. Aquí también nacieron miles de historias memorables, mujeres increíblemente valientes, que protegieron la patria y a los hombres en los batallones, que fueron las pioneras en diferentes ámbitos, desde las ciencias más exactas, hasta la industria cinematográfica. Y muchísimas vidas más que, como nuestro río, resisten y perduran sin importar el paso del tiempo.
Carmen, mujer que lleva dentro un pedacito de la historia de este lugar por ser oriunda de él, me contó de su profundo amor al valle de Copiapó, y todo empezó así: Creció en una casa amarilla, cerca del río, cuando todavía traía algo de agua. En su niñez le gustaba ir con su abuelo a contemplar los cerros. Él siempre decía que observara con atención esta tierra, porque aquí se fundían los metales que le daban la grandeza a Chile, se cultivaban las parras que brindaban el maravilloso y codiciado vino, se construían las primeras escuelas para mujeres, se organizaban los caudillos más valientes, como el Ejército Constituyente de Pedro León Gallo, y muchísimas historias más que Carmen, siendo tan pequeña, no entendía del todo, en especial porque ella divisaba un lugar que a veces hasta parecía olvidado y teñido de longevidad.
Pero, con los años empezó a comprenderlo. Lo entendió cuando supo que Copiapó fue la primera ciudad del norte chileno. Lo entendió cuando leyó en el colegio sobre las minas de plata de Chañarcillo y el auge minero que encendió la economía del país. Lo entendió cuando estudió la Guerra contra la Confederación y por fin le hizo sentido el orgullo con el que su abuelo le hablaba sobre el Batallón de Atacama. Lo volvió a sentir cuando, comprando una paleta al paletero de la bici, escuchó la noticia de los treinta y tres mineros atrapados en San José.
Durante esos días, toda la ciudad vivió en pausa. Carmen era apenas una adolescente, pero recuerda el silencio en las calles, esa mezcla entre miedo y esperanza. Y cuando los hombres salieron uno por uno del rescate, sintió que el corazón del valle volvía a latir, resultado de la fraternidad experimentada en su gente.
Su abuelo le decía que era así cómo se vivía la magia de este lugar. Se podía estar bajo tierra, ahogados en lamentos, pero siempre se volvía a renacer.
Pasaron algunos años, y Carmen se fue a estudiar a Santiago. Allá todo era grande, rápido e impersonal. Al principio sintió que había encontrado el centro del país, pero pronto se dio cuenta que el verdadero punto de origen estaba al norte, en su amado Copiapó. Así, cuando la gente le preguntaba de qué región venía, ella respondía con un orgullo impresionante: “De Copiapó, donde nace la historia de Chile”.
Después venían las confusiones y los reproches a esta aseveración, pero ella les sonreía y explicaba: “Sí pues, allá Diego de Almagro se asentó cuando arribó al territorio, allá nació la primera bandera, el primer tren, y la primera historia de esperanza. Puede que lo vean como un mero desierto, pero está lleno de comienzos.”
Años después, como era de esperarse, volvió. No como turista, sino como alguien que regresa a su origen para volver a encontrarse. La casa amarilla seguía ahí, con otra capa de polvo en sus muros, y los cerros, del mismo color ocre de siempre.
Una tarde caminó hasta el puente, donde su abuelo solía llevarla. El aire olía a polvo y sol. Cerró los ojos y escuchó el murmullo del viento, el mismo que te envuelve de repente. Y en ese momento comprendió la intención que su abuelo tenía al enseñarle la historia de Copiapó: uno no puede avanzar y crecer si no conoce su lugar de origen, el cual no es solo un punto en el mapa, sino la forma de cómo entiendes tu existencia en este mundo.
Copiapó es eso, un desierto único que siempre encuentra su manera de florecer, un recordatorio constante de que las raíces importan, aunque estén bajo tierra. Carmen me lo confirmó. “Todo lo que soy empezó aquí”, dijo. “En esta tierra de polvo y luz. En este lugar donde nació la historia de un país, y también la mía.”
Copiapó sigue igual. El mismo sol de siempre baja detrás de los cerros, tiñendo de oro las mismas calles, iluminando las mismas casas y abrigando a las mismas personas. Somos principio de Chile; aquí nacimos.
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